¿Por qué son inaceptables los castigos?

06.06.2017

Nuestra tendencia al eufemismo nos ha llevado a evitar ver ciertas técnicas punitivas como lo que son. El "tiempo fuera" o la "silla de pensar" no dejan de ser castigos envueltos en palabras que pretenden hacerlos tolerables. También son un eufemismo las "consecuencias lógicas", que a menudo se utilizan para camuflar lo que en esencia es un castigo. Por ejemplo: "No te has comido la sopa; así que (como consecuencia lógica de tu "decisión"), no podrás ir a jugar a casa de tus amigos", "No has terminado las multiplicaciones, (lógicamente) no podrás salir al recreo".

Tácticas como estas son frecuentes en muchas casas y escuelas: humillar a los niños por lo que dicen o por lo que no dicen, delante de sus amigos y compañeros, enviar notas ofensivas a sus padres, retirar o prohibir algo que el niño aprecia, enviar al despacho del director, dar trabajo extra, o poner malas notas sin profundizar en los motivos por los que el niño, supuestamente, no ha aprendido lo necesario, son formas de castigo. Todavía muchos justifican y utilizan la violencia física contra los niños, por ejemplo con una palmada en la mano cuando el niño pequeño toca algo que el adulto no desea que toque.

¿Funcionan los castigos?

A veces pudiera parecer que los castigos funcionan, pero si prestamos algo de atención comprobaremos que sólo proporcionan un cumplimiento temporal. El castigo sólo funciona mientras que el castigador está presente. Algunos deducen que se pasa el efecto del castigo, y que entonces es necesario aplicar una nueva dosis, como si fuera un medicamento, o que el castigo fue "demasiado blando" y hace falta "ser más duro".

Más bien, lo que ocurre es que el niño se ve inducido a evitar el castigo en sí. Es probable que un niño a quien le dicen "¡No quiero encontrate haciendo esto otra vez!" pueda pensar "está bien, la próxima vez que lo haga no me vas a descubrir".

El castigo sólo cambia un comportamiento, pero no tiene ningún efecto positivo sobre los motivos y valores de esa persona para haber cometido una acción. El hecho de que padres o educadores sigan castigando al mismo niño una vez y otra vez indica que el problema es más profundo que simplemente el tipo de castigo o la manera en que se aplica.

Imaginemos que un niño está siendo agredido en la escuela por otros niños. Cuando está en casa, la rabia e impotencia contenida explota y pega a su hermano pequeño al menor conflicto. Los padres, enfadados por su comportamiento, le castigan. ¿Qué posibilidades tiene ese niño de sentirse confiado, comprendido, para poder verbalizar y explicar a sus padres que sufre en la escuela, para poder recibir ayuda efectiva por parte de los adultos? El castigo no hará más que profundizar en la brecha y agravar su comportamiento.

Cuantos más castigos recibe una persona, más enfadada se sentirá, peor se comportará... Y más castigos recibirá. Es un ejemplo de círculo vicioso del que sólo se podrá salir cambiando los castigos por el buen trato.

Los castigos entorpecen el desarrollo ético del niño. Un niño amenazado con una "consecuencia adversa" por no satisfacer los deseos o normas de alguien, seguramente se va a preguntar: "Qué quieren que haga, y ¿qué pasa si yo no lo hago?". 

Algunos defensores de la "disciplina" afirman que el niño debe experimentar las consecuencias de sus acciones, pero casi siempre se refieren a las consecuencias que esa acción tiene para el niño. Todo se centra en lo que le pasará al niño si rompe una norma. Suponen que el niño se comportará adecuadamente si sabe que sufrirá alguna consecuencia negativa si no lo hace.


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